El dolor, el silencio y yo

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Hace un tiempo, el silencio era mi enemigo. Cuando no estaba acompañada ponía la radio o la televisión, cuando salía a la calle me llevaba el mp4,… La cuestión era tener algo que me distrajera de mí misma. Necesitaba no pensar en nada y eso me resultaba tremendamente difícil, pues siempre la cavilación volvía cuál boomerang.

Eran tiempos de incertidumbre, de preguntas, de no entender nada. De la noche a la mañana, como quien dice me topé con una lesión que derivó en un dolor crónico sin explicación médica. No voy a aburrir con los detalles, sólo decir que volvió mi vida del revés. No sólo el traumatólogo me llegó a decir que no tenía por qué dolerme y que era una somatización, sino que me mandó al psiquiatra, dando a entender a mi familia que estaba deprimida y mi cerebro somatizaba de esa forma tan paralizante.

Fue una época muy dura, el psiquiatra me endilgó pastillas basándose en la primera consulta en la que yo estaba de uñas. Pero si vosotros os viérais sin poder andar, salir de casa, dejando el trabajo o los estudios, viendo a vuestros amigos y vuestra pareja haciendo vida norma sin vosotros, con la preocupación de no saber qué os pasa y hasta cuando no podréis retomar vuestros proyectos ¿Cómo estaríais? Pues además de todo eso, imaginad que el médico no os hace caso, el psiquiatra al que os manda ni tiene vuestro informe médico y da por hecho que estáis muy sensibles y deprimidos.

Ya no sólo era el dolor, sino toda mi vida parada, sin respuestas y, lo que es peor, ¡sin que nadie te haga caso ni te escuche!. Llegó un momento en el que me parecía que yo era la culpable de cómo estaba. Y claro, mi cabeza iba a mil revoluciones por minuto. Buscaba enfermedades parecidas, posibles orígenes,… y seguía sin entender. Los plazos para mis proyectos se pasaban y me sentía impotente. Llegó el verano y no querían dejarme sola, así que la «pachucha» al pueblo con la familia y allí comprobé que no podía con el silencio y la tranquilidad. No podía más que estar tumbada de lado y dar pequeñísimos paseos, era un puñetero mueble y…, sinceramente, no oír más que el canto de los pájaros de tranquilo que es el pueblo, sólo agravaba esa sensación y mi cerebro se disparaba.

Así que me convertí en su enemiga, siempre con los cascos puestos: música y más música, hasta el punto de aprenderme las canciones de memoria y dormirme con la letra grabada en la mente. Odiaba estar allí y, por extensión, a cualquier lugar tranquilo. ¡Hasta en la clínica del dolor me ponía los cascos! Pinchazos de CO2, electroiontoforesis,… y mil virguerías más se pasaban mejor con la mente ocupada.

Después de un duro trabajo personal, de introspección y procurando tener la mayor objetividad posible, he conseguido que ese silencio sea mi aliado. Ha sido un proceso muy largo, que puede que vaya desgranando en otros posts. Pero, a día de hoy, sólo escucho música cuando me lo pide el cuerpo y no por huir del silencio y de mí misma. Sigo con dolor, agotándome si me fuerzo, buscando el equilibrio energético día tras día,… pero ahora cuento con una paz interior que me está ayudando a no derrumbarme y seguir levantándome con ilusión cada día. Puede que me libre del dolor, puede que no,…, soy consciente de mis límites, de hasta dónde puedo llegar pero tampoco cejo en intentar que cada día pueda llegar más lejos o en llegar a mis objetivos aunque sea en el doble o triple de tiempo que le cueste a los demás. Creo que encontré el equilibrio personal.

Mi tempo ha cambiado, mi rutina también, como dije: mi mundo se volvió del revés, pero ahora soy consciente de lo que es realmente importante, de las prioridades que tenía y que tengo,…, estaba en una dinámica que no era buena para mí y ahora, gracias a mi lesión, estoy haciendo repaso, balance y estoy reconciliándome conmigo. Mis dolores serán una pesadez y un fastidio diario, pero gracias a ellos ahora me he encontrado.

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