Cruce de miradas

Aquella calurosa tarde de Agosto, Iván esperaba a la puerta de la Iglesia, acompañado por su novia. Se casaba el mejor amigo de ésta, quién estaba eufórica. No conocía a nadie de la boda quitando a los novios: Gonzalo y Sofía. Gonzalo y Elena, su novia, habían tomado caminos distintos y, aunque no había semana en la que no se pusieran en contacto, pocas veces habían coincidido. Justamente intentaba contabilizar sus encuentros cuando la vista se le fue hacia una figura femenina que venía en su dirección, con paso seguro y gran aplomo. Un rayo de Sol se coló entre los álamos y pudo descubrir un brillo ámbar en sus ojos. Nunca pensó que le pasaría pero volvía a sentirse como un adolescente.

Aquella calurosa tarde de Agosto, Paula llegaba tarde a la Iglesia. Debía llevarle las alianzas a Fede, el mejor amigo de su hermano. Temía que su  hermano llegara antes y se diera cuenta del despiste de uno de sus testigos. Iba ensimismada pensando en su reducido margen de tiempo que ni era consciente de que estaba a escasos 10 metros del lugar. La luz del Sol le dio en los ojos, justo para cegarla unos instantes. Cuando se le aclaró la visión, vio que todo el mundo estaba allí pero no podía entretenerse a saludar. «¡Enseguida vengo a veros, tengo una misión!» se oyó decir risueña desde lo alto de los escalones parroquiales. Iba a girarse para entrar y entonces reparó en él. Serio, elegante y con una mirada directa. No lo conocía pero sintió un vuelco en el corazón.

Ahí estaba, había salido de la parroquia y estaba saludando a todos, escuchó su risa lejana y le encantó. Resultó conocer a Elena, era la «hermanita de Gonzalo» y cuando se la presentó, se encontró con era mirada cálida. Fueron apenas unas décimas, unos segundos a lo sumo, pero lo justo para grabarla en su retina. Al darle los dos besos de rigor, le llegó un perfume suave y delicado que le encantó. Su loco corazón latía más fuerte que nunca.

Al salir, intentó saludar a todos sin entretenerse demasiado, pues su hermano estaría a punto de llegar. Una de las últimas personas en su recorrido era la incondicional Elena, se fundieron en un sentido abrazo y le dijo que ella se encargaría de que lo pasaran de maravilla. Elena le presentó a Iván, su novio. Pudo apreciar que sus ojos eran de un azul oscuro pero no transmitían nada de frialdad. Ese cruce de miradas bastó para que su pulso se acelerara y el color subiera a sus mejillas. Le dio los dos besos de rigor apresurados y huyó… Su piel era suave y el roce de sus labios en la mejilla le provocó un escalofrío.

Los dos estaban en el mismo punto. Sin saberlo, sus mundos acababan de volverse del revés.

Perlas y Diamantes

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Esta entrada está dedicada a todas esas personas que son especiales en nuestra vida y que, independientemente del tiempo que estuvieran o estén con nosotros, nos dejan una huella imborrable.

Hará un año, rebuscando entre libros, me llamó la atención uno doble que recogía dos novelas de Albert Espinosa. Sus títulos: «Si tú me dimes ven lo dejo todo… pero dime ven» y «Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo». Si os apetece leer algo diferente a todo, no os decepcionará. Espinosa es un escritor distinto, especial,…

Empecé por «Si tú me dices ven…» y allí me encontré con la definición de perlas y diamantes. Para uno de los secundarios del libro, las perlas son «esas energías especiales que se han de encontrar, almas que se funden con la tuya propia», son «personas que no conoces de nada pero que aparecen en tu vida y marcan que tu yo vire». En concreto, este personaje, busca 12 personas cada año y cuando da con una de ellas, añade una perla a un collar que poco a poco va creando.

Los diamantes en cambio son «cada una de esas personas que se hace tan básica y tan importante en tu vida que parece únicamente creada para ti». Su teoría es que hay grupos de 5 personas que son diamantes las unas para las otras pero que están desparramadas por el mundo. De tal modo, que uno de los sentidos de la vida es encontrar a los cuatro que te faltan y por lo que, para ayudarte, surgen las señales».

Como veis, me llegó y me hizo pensar sobre esas personas que se merecen estar en tu vida, pase lo que pase. A pesar de momentos de desencuentro, de distanciamiento,…, siempre llega la hora en la que uno de los dos da el paso para que esa distancia mengüe y el otro responde bien. Todos tenemos días en los que no soportamos a los demás pero no por ellos, más bien pasa porque no nos soportamos a nosotros mismos y lo pagamos con los más cercanos. Otras veces, las circunstancias nos superan y creemos que es mejor alejarnos aunque realmente no lo deseemos.

Pase lo que pase, sabes que esas personas tienen que formar parte de tu vida; estar ahí en mayor o menor medida; saber que cualquiera de ellos puede ser un refugio para ti y tú puedes ser el de alguno de ellos. Aceptamos su defectos, sus manías,…, incluso pasamos por alto cosas que nos han cabreado mucho pero preferimos no comentarles, evitando así su desazón. Nos aceptamos tal cual somos, con lo bueno y lo malo, porque somos nosotros mismos cuando estamos juntos.

Esa gente es la que merece la pena conservar y de la que sabes o presientes que contarás siempre haya los problemas que haya, el cariño se ocupará de imponerse en el tiempo. Además, cuando pierdes a alguno duele demasiado. Si es por una discusión, sea de quién sea la mayor responsabilidad, el enfado no puede prosperar entre vosotros. Se percibe por las dos partes que sois imprescindibles.

Muchas personas entrarán y saldrán de vuestras vidas, marcarán una etapa o no,… pero comprobaréis que se van como por ciencia infusa, sin dejar una huella que dure en el tiempo. Por eso, cada vez que encontréis una perla o un diamante… cuidadlo, porque aunque sepáis que «siempre estará» nunca hay que darlo todo por seguro.

Un regalo, Ítaca

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Hace unos años, cuándo acabamos el instituto, los profesores nos propusieron una cena de despedida. Iríamos a cenar, haríamos juegos, daríamos medallas a los compañeros que más significaran para nosotros y ellos nos darían un regalo.

Después de muchos años dedicados a los ciclos superiores y a la Formación Profesional, éramos la primera generación que había entrado directamente del colegio. Éramos sus pequeños y estaban orgullosos de todos y cada uno, pues nos habíamos dejado aconsejar y guiar para salir «a comernos el mundo» y «ser lo qué quisiéramos ser».

Me siento muy afortunada por encontrar en mi camino a ese maravilloso equipo, por descubrirme mundos que no conocía y por hacer que mi curiosidad y ganas de aprender fuera inmensa.

Volviendo al regalo, destacó uno por encima de todos. Nuestra querida y admirada profesora de Literatura. La singular, entusiasta y maternal Reyes, nos regalaba el Poema. No un poema cualquiera, no.

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Sólo una historia más…

una historia más

A pesar del tiempo, no se había acostumbrado a su ausencia. Aún cuando pasaba cerca de su balcón, levantaba la vista con los ojos llenos de melancolía. En ocasiones, pensaba que era un tonto romántico y, en otras, sentía que traicionaba a su esposa.

No podía quejarse de su vida. Cierto que se fue de la ciudad con el corazón roto pero, al cabo de unos años de dedicarse a su trabajo, Cecilia apareció para devolverle la ilusión. Hasta ese momento se había dedicado a sus casos, a hacerse un hueco en el gabinete donde le dieron su primera oportunidad y había decidido no volverse a enamorar. Bueno, eso no era del todo cierto, sabía que no se volvería a enamorar. Cuando llegó a ser socio, le invitaron a un gran evento, con la flor y nata de la ciudad y allí le presentaron a Cecilia. Bailaron unas piezas, compartieron charla durante la cena y poco más.

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Sal del molde

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En destino quise hablar un poco de las dos cosas:

  • cómo nos encasillamos
  • cómo somos dueños de nuestro destino

Pensaba desarrollar los dos puntos porque, tal vez, la idea no se ve demasiado en el relato. Veréis, si os paráis a pensar un poco llegaréis a la conclusión de que tenéis un papel en vuestra familia, vuestro círculo de amigos y que, por varios motivos, lo aceptáis casi sin ser conscientes.

Tenemos etiquetas como «el responsable», «el que no tiene remedio», «el inteligente», «el pesimista», «el líder»,… Y podemos optar por seguir con la etiqueta si no nos molesta o romper con ella y sentirte libre. Paso a poner ejemplos:

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